¡Sé positivo!”. “Controla los pensamientos negativos”. “No te preocupes, o atraerás a tu vida cosas malas”. “Podría ser peor, tienes que encontrarle el lado positivo”. “No estés triste, agradece todo lo bueno que tienes en tu vida”.
Seguramente has escuchado estas frases en algún momento de tu vida, dado que en nuestro contexto se suele reforzar estos patrones de “pensamiento positivo”. La cultura del positivismo en exceso ha traspasado de tal forma que hemos normalizado recibir consejos de este estilo ante cualquier situación; un ejemplo de ello fue cuando afrontábamos los primeros meses de la pandemia y la frase “Saldremos mejores” era la que más se leía en las redes sociales y noticias, transmitiendo el mensaje de que debíamos sacar algo positivo de la difícil situación; desencadenando así, un mayor malestar en las personas dada la sensación de “no ser capaces de verle el lado positivo a la situación”  

En esto consiste precisamente el positivismo extremo: en imponernos una actitud falsamente positiva, sobregeneralizando un estado de felicidad y optimismo sea cual sea la situación, suprimiendo y/o negando nuestras emociones “negativas”.

Aquí es importante educar en que todas las emociones, tienen siempre un disparador: un evento que las precipita. Todos los seres humanos estamos preparados para experimentar todas las emociones ya que son parte del desarrollo evolutivo de nuestra especie y cumplen una función. En este orden, no existe categorías como emociones “buenas” o “malas”, “correctas” o “incorrectas”.


 

Es probable que cuando escuchamos estas frases, es como si buscáramos abrir la cajita de herramientas para “cambiar lo que sentimos”, hasta que nos damos cuenta de que simplemente no podemos. La cajita resulta inútil, lo que sentimos es algo que no depende de nuestra voluntad y no está bajo nuestro control. Por su puesto una vez que la emoción aparece, existen diferentes maneras de gestionarla o regularla sin que esto implique obligarnos a cambiar lo que sentimos o pensar en positivo.

Es importante aclarar que tener una percepción positiva no es mala en sí misma. La positividad bien usada es una herramienta para mejorar nuestro bienestar, se ha comprobado que tener sentimientos agradables como la gratitud, la autoconfianza, el optimismo o la esperanza pueden contribuir a mejorar nuestra salud mental. 
Sin embargo, como ya hemos hablado esta “actitud positiva” llevado al exceso, anula el hecho de sentir toda la gama de emociones y de alguna manera a buscar  soluciones para deshacernos de emociones y sentimientos que se perciben como desagradables. Held (2002) plantea que la presión hacia la actitud positiva esté contribuyendo a cierta forma de infelicidad: algunas personas se sienten culpables, defectuosas o ambas cosas cuando no consiguen sentirse bien. El concepto de depresión por la depresión, o el sentirme mal por sentirse mal, con toda la carga de auto-acusación contenida en esa experiencia, pasa a ser así muy relevante. Parece que somos cada vez menos capaces de aceptar que a veces es saludable sentirnos mal como respuesta a las circunstancias de la vida, y tendemos a interpretar el sentirse mal como patológico bajo cualquier circunstancia. A medida que crece la presión para sentirse bien en todas las ocasiones entendemos que sentirse mal no sólo es patológico, sino socialmente inaceptable.

Si existiera más honestidad en cuanto a las vulnerabilidades en nuestra cotidianidad o en lo que consumimos en redes sociales, nos sentiríamos más libres a la hora de experimentar todo tipo de emociones. Somos humanos y debemos permitirnos sentir toda la gama de emociones. Está bien no estar bien. No es posible ser positivos todo el tiempo.

Referencias:

Held, B.S. (2002). The Thyranny of the Positive Attitude in America: Observation and Speculation. Journal of Clinical Psychology, 58 (9), 965-992.

 

 

Nataly Rodríguez Pulido- Psicologa.co – Especialistas en Salud Mental

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