Diana, 25 años, se levanta en la mañana a las 6 am de su cama, entre el letargo y la indecisión sobre ir a trabajar, corre rápidamente al espejo para notar su figura, como rutina de las mañanas, se pone de perfil, se mira las piernas, nota la flacidez de sus brazos, su papada y su mirada se centra en su vientre bajo. Hoy se ve más inflamada de lo usual; tal vez fue la comida tan pesada que comió la noche anterior, quizás fue el queso, las salsas o las papas fritas o el comer tan tarde; lo que fuera, todo fue un error. Quizás no tomó agua suficiente, no fue al baño después, pero empieza a pensar con desesperanza que nada le devolverá su vientre plano.
Diana imagina cómo hará ahora para entrar en sus jeans para ir al trabajo o en esa blusa que ayer le quedaba suelta y que hoy la siente justa, no quiere llevar abrigos porque hace mucho calor afuera, por otro lado, no puede llevar sudaderas a su lugar de trabajo porque sabe que no va acorde al código de vestimenta, se siente incómoda y disgustada, acción posterior, se sienta en la cama y empieza a llorar, se frustra, pierde el apetito y se queda pensando desesperadamente en qué hacer.
Al cabo de un rato, siente que la única opción es hacer un ayuno de 20 horas que descargó de una aplicación en su celular. Estuvo siguiendo como fiel fanática estas páginas que te dicen los trucos para perder peso rápido y mantener tu figura a la línea. Por tal razón y para comenzar su ayuno, en todo el día no consumirá ningún tipo de alimento hasta las 2 am, y quizás hasta más, y sólo tomará agua y té de jengibre cada vez que “peque” en pensar en consumir alimentos; así su vientre dejará de estar inflamado y por ende se sentirá mejor consigo misma.
Casos como el de Diana, se repiten a diario en el mundo. La sociedad es constantemente bombardeada de información: acceso a dietas, a planes de ejercicio, aplicaciones que te ayudan a monitorear lo que consumes, vídeos y cuentas de usuarios que comparten sus testimonios de reducción de medidas, entrenadores que prometen estilizar tu cuerpo, contenido diverso y entretenido relacionado al mantenimiento de la figura, la pérdida de peso y por supuesto, los ideales que encontramos en actrices, modelos y figuras influyentes.
Sin embargo, este contenido, que es desmesurado y no recibe ningún tipo de supervisión, impacta en la cotidianidad de muchos hombres y mujeres, cuyas preocupaciones radican en el aspecto físico, en las comparaciones sociales y en los estándares de belleza promocionados por la cultura y el entretenimiento. Esto al coincidir con distorsiones del aspecto físico personal, recae muchas veces en un trastorno, conocido según los manuales diagnóstico como “Trastorno de la Conducta Alimentaria” o “TCA” en siglas.
Los trastornos de la conducta alimentaria son graves alteraciones que se producen en el consumo de alimentos, que trae consigo consecuencias graves físicas y psicológicas y pueden llegar a afectar las dimensiones del individuo, hasta llevarlo a la muerte. Según el DSM-V, los trastornos pertenecientes a este grupo son la bulimia y anorexia nerviosa, el trastorno por atracón y trastorno de la conducta alimentaria no especificado. A raíz de las nuevas tendencias surgentes frente a los estilos de vida saludable, se suman a este grupo la ortorexia y la vigorexia, que describiremos a continuación. (Cejas, 2019)
No hay que desfavorecer el hecho que el cambio de mentalidad de estas nuevas generaciones en torno a la alimentación ha impactado significativamente en la consciencia sobre los estilos de vida, en la tasa de mortalidad y en la resignificación del sentido de la vida y la espiritualidad, sin embargo, es ineludible afirmar que los motivos que detonan estos comportamientos no siempre refieren mejorar la calidad de vida, más de hacerle un culto a la delgadez.
Dentro de las nuevas tendencias que el DSM ha denominado como parte de los TCA, específicamente mencionando la ortorexia y la vigorexia, encontramos prácticas normalizadas para los usuarios como el conteo excesivo de calorías, la exigencia física en los ejercicios, las comparaciones sociales, las dietas específicas que proponen mayor ingesta de ciertos alimentos: como las proteínas o los carbohidratos, uso de hormonas y sustancias que pueden alterar el organismo de quienes lo consumen, entre otros (Sikka, 2017).
Es aquí donde radica el problema de lo que consideramos normal y lo que es en realidad patológica. Como en el caso de Diana, que es una situación que muchos hombres y mujeres viven a diario, respondemos a una sociedad que nos estandariza, que cataloga la belleza aún desde seguir los modelos o cánones ya establecidos (Cazar, 2019), que son exagerados y riesgosos para la salud física y mental de los individuos. Es una tendencia que va en aumento y que no hemos podido detener, porque prevalece y se mantiene al ser normalizado y tomado como propio. (Lora & Valdés, 2019)
En una sociedad donde no se valora lo interno como algo bello, donde somos rechazados en nuestro mismo grupo social, siempre está la alternativa de recibir asesoría frente a estos temas, de acceder a miles de campañas que buscan desaprender lo que la cultura nos ha hecho internalizar, de recibir orientación psicológica cuando hemos sobrepasado el límite de lo normal y del bienestar que nuestro cuerpo debe recibir integralmente.
Es trabajo de la comunidad científica promover las investigaciones que nos permiten hallar las causas de estos fenómenos: por qué hay individuos más propensos que otros, cómo repercute esto a nivel dimensional, qué tratamientos se proponen como alternativa al cambio, ya que finalmente es nuestro deber como profesionales continuar la labor clínica de intervenir los trastornos asociados y estabilizar la salud mental de estos pacientes.
Laura Suárez Ilias- Psicologa.co – Especialistas en Salud Mental
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