¿Qué es lo primero que pensamos cuando nos preguntan sobre el amor? Principalmente, vendrá a nuestra mente sentimientos personales, íntimos, cercanos, experiencias intangibles e indescriptibles, incluso para algunos es explicado como algo mágico. Es así que de acuerdo a las respuestas populares que podemos dar sobre el amor, podríamos decir que el amor es algo inefable, que no se puede describir fácilmente con palabras, es necesario haberlo sentido para poder saber lo que es.

De este modo, diríamos que el amor es un fenómeno simple al que le hemos otorgado significado teniendo en cuenta nuestro contexto sociocultural e histórico. Tanto es así que para poder describirlo las diversas culturas han creado la poesía, la música y el arte, pero realmente ¿se han aproximado a explicar lo que realmente es? ¿Es verdad que el amor duele, que genera sufrimiento como dicen las canciones populares? La respuesta sería un no rotundo, si duele no es amor. Lo que nos duele es la pérdida, la ruptura, la no correspondencia, la infidelidad, la deslealtad, la soledad, el insulto, la humillación, la incomprensión, el miedo a que se termine, pero lo que duele no es el amor, sin duda el amor es otra cosa.

Cuando amamos hay goce, satisfacción, disfrute mutuo, sensaciones gratas y agradables derivadas del vínculo humano, que nos recuerda esa necesidad biológicamente determinada que tenemos los seres humanos de establecer vínculos afectivos con un otro emocionalmente disponible, que nos genera seguridad y conexión emocional. Es decir que estaríamos hablando sobre el apego, pero no hablamos desde el concepto budista que nos invita a desprendernos de nuestros apegos para evitar sufrimiento, sino de la definición de apego desde la psicología, desde la teoría del apego que busca explicar el porqué los individuos tienden a establecer vínculos específicos, íntimos, duraderos y emocionalmente intensos con personas de su entorno inmediato.     

En consecuencia, sustenta la predisposición innata que tenemos los seres humanos para formar vínculos emocionales y  alcanzar un sentimiento de seguridad mediante una relación afectiva de apego. Por tanto, al ser esto una necesidad inherente de la condición humana implica considerar los afectos como una parte integral y necesaria para el desarrollo humano.

Ahora bien, si nos centramos en la infancia, existe un acuerdo sobre la necesidad del bebé de generar dicho apego con una figura significativa que garantice su supervivencia y atienda sus necesidades no solo fisiológicas sino de afecto, protección y cariño. Pero, entonces esto sucede únicamente en la infancia o ¿podemos considerar que esta necesidad se mantiene a lo largo de toda la vida? ¿Existen necesidades afectivas más allá de la etapa infantil?  Claro que sí,  las relaciones afectivas son esenciales para nuestra supervivencia, en la infancia con nuestros cuidadores y posteriormente en la edad adulta con nuestras parejas, hijos, padres y/o amigos, como decía Bowlby, el apego acompaña a las personas “desde la cuna a la tumba”.

 Tanta es la relevancia que tiene el apego en la vida de los seres humanos, que son estas experiencias vinculares tempranas, la base sobre la que construimos modelos representacionales sobre nosotros mismos, el mundo y los otros, a lo que Bowbly (1973, 1976) denominó Modelos Operativos Internos que son descritos como mapas cognitivos, representaciones, esquemas o guiones que un individuo construye de sí mismo, sus figuras de apego y la relación con los otros (Marrone, 2001). De esta manera, los Modelos Operativos Internos se construyen en las relaciones e interacciones cotidianas con nuestras figuras de apego, convirtiéndose en “lentes” a través de los cuáles interpretamos el mundo.

A partir de esto, podemos decir que un niño que recibe buenos tratos y es amado, tendrá una representación mental que su figura de apego es sensible, amorosa y respetuosa, y a su vez, una representación mental de él, como merecedor de cariño y buenos tratos, mientras que un niño que recibe malos tratos tendrá una representación mental del otro como una amenaza, un peligro y de sí mismo como merecedor de maltrato. Entonces, nos preguntamos ¿Qué sucede con esas representaciones mentales después de la infancia? Se extrapolan a la vida adulta en la forma en la que nos relacionamos con los otros y nos vinculamos afectivamente.

Por tanto, la forma en la que una pareja experimenta su relación viene determinada tanto por las características particulares de cada uno (estilo de apego, historia de aprendizaje, experiencias afectivas previas, etc.) como por el contexto cultural y social en el que se inicia y se desarrolla (momento histórico, cultura, roles de género, etc.). Por consiguiente, todos estos aspectos van a ser determinantes en las dinámicas de interacción que se generen en la pareja y, por lo tanto, en el ajuste y la calidad de la misma.

 

Hablemos entonces de relaciones de pareja saludables, serían todas aquellas donde las dos personas pueden estar en sintonía y armonía para compartir su vida y un espacio en el que se sienten cómodos y libres de poder expresar sus emociones y sentimientos sin ser juzgados, amenazados, rechazados, donde puedo saber y sentir que mi pareja es base y refugio seguro.

 

De esta forma, si hablamos de relaciones de pareja saludables, hablamos a su vez de amor, pero no de amor romántico en el que hay diferencias entre sus integrantes, que nos habla de una relación heterosexual, en la que el hombre es sinónimo de fortaleza, carácter, fuerza, valentía, etc; y la mujer es sinónimo de bondad, compromiso, entrega, dulzura, sumisión. Esto establece la idea de que las mujeres y los hombres estamos predeterminados con ciertas características y que necesitamos relacionarnos entre nosotros para complementarnos y más no para disfrutarnos y compartir de la experiencia de la vida a partir de un sentimiento de seguridad, responsabilidad y buen trato.

 

En síntesis, todo indica que el amor no es lo que nos venden las canciones más populares de despecho que nos refuerza la idea de que amar es sinónimo de dolor y sufrimiento, pero que bueno es poder desaprender esta definición de amor romántico y conectar con un amor que nos conecte con sensaciones agradables, que nos conecte con sensaciones de seguridad, donde podamos sentirnos y sabernos escuchados, valorados, vistos y comprendidos.

Referencias.

 

Bowlby, J. (1969). Attachment and Loss, Vol. 1: Attachment. London: Hogarth Press and the Institute of Psycho-Analysis.

 

Di Bártolo, I. (2016). El apego: cómo nuestros vínculos nos hacen quienes somos. Buenos Aires: Lugar Editorial.

 

Gottman, J., y Schwartz, J. (2017). Método Gottman para terapia de pareja. Conectando brechas en la relación de pareja.

 

Hernández, M. (2020). Capítulo 8: El Modelo Parcuve. Material no publicado.

 

Melissa Rueda- Psicologa.co – Especialistas en Salud Mental

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