A la base de muchos problemas de salud física y mental suele haber dolor. Bajo esta distinción (física-mental), el dolor puede entenderse como una sensación o como una emoción. Es una sensación cuando el dolor puede ubicarse en un lugar del cuerpo, que es cuando tiene un origen físico, es decir, por un trauma, lesión, daño o disfunción nerviosa o neurológica. Por otro lado, puede entenderse como una emoción cuando proviene de otras fuentes como la muerte de una persona cercana, una ruptura amorosa, un trauma (de orden psicológico), abuso único o crónico, etcétera. Aunque podría inferirse que se trata de dos formas distintas de dolor, a la larga no son del todo diferentes.
En las últimas tres décadas, varios estudios han demostrado que el dolor físico puede ser influido por factores psicosociales, y que el dolor emocional puede estar causado por, o ser consecuencia de, un dolor físico. El dolor crónico, en particular, ha representado históricamente un gran reto para la medicina. Para los sistemas de salud, los pacientes crónicos representan un alto costo, además de que la calidad de vida de un paciente con dolor crónico se deteriora significativamente, en ocasiones de manera progresiva. Esto antes de mencionar a los cuidadores, que generalmente también asumen una gran carga en términos económicos y sobre todo emocionales cuando se trata de intentar reducir o regular un dolor que parece estar presente todos los momentos del día, todos los días.
La psicología por su parte ha encontrado formas efectivas de hacer frente a esta problemática. En vista de que además de la fuente física, la percepción del dolor responde a diferentes factores psicosociales, se han diseñado varias formas de intervención que buscan abordar el dolor crónico en su contexto y no en sí mismo. Los resultados de los estudios sobre estos métodos demuestran diversos beneficios de la intervención psicológica en el dolor crónico. En primer lugar, reducen el dolor reportado por los pacientes luego de la intervención, se reduce la interferencia reportada del dolor en la vida cotidiana y los síntomas de incapacidad y depresión, mientras se incrementa la calidad de vida de la persona y de sus cuidadores. En segundo lugar, se reduce el número de visitas del paciente a los proveedores de servicios de salud, se reduce la demanda de medicamentos analgésicos (algunos de los cuales son potencialmente adictivos), y se reducen los costos para el sistema de salud en general y los costos para las empresas por incapacidad laboral.
Los métodos descritos anteriormente buscan que el paciente redefina el dolor. La intervención psicológica sobre el dolor físico permite brindar al paciente una perspectiva diferente a la que le ha dado al dolor hasta ahora, ya que no lo aborda directamente (como los medicamentos analgésicos), sino que interviene las variables circundantes. El éxito de estos procedimientos consiste en brindar al paciente estrategias para el manejo no medicado del dolor, y en que este reasuma las actividades valiosas que la condición de dolor crónico suele interrumpir. Conforme el paciente empieza a reasumir el control de su dolor y de su vida, son cada vez menos requeridos los servicios de los cuidadores primarios y secundarios, que muchas veces son familiares cuyos propósitos propios pueden verse interrumpidos.
Nicolás Rodríguez Sarmiento
Psicólogo, aspirante a Magister en Psicología Clínica y de la Salud