La empatía es la capacidad que tenemos de “ponernos en los zapatos del otro” y poder percibir, sentir y pensar en la medida de lo posible, lo que mi prójimo puede estar sintiendo respecto a una determinada situación o circunstancia y que puede diferir de lo que yo pienso y siento.

No es muy fácil contar con esta habilidad, pues asumimos que lo que vemos y percibimos representa tal cual la realidad, pero resulta que la realidad se permea de diferentes factores como la experiencia de vida de las personas, las circunstancias que las rodean, la capacidad de comprensión y de aprendizaje de las mismas, la capacidad de resolver conflictos y se ha estudiado que también influyen factores biológicos, como la disposición y conformación de las estructuras cerebrales, la acción de diversos neurotransmisores, la estimulación hormonal y, posiblemente, la carga genética.

No es un secreto que vivimos en un mundo que se torna cada vez más difícil y que atraviesa diferentes crisis desde el ámbito social, político, económico, ambiental, que pueden afectar el área personal de las personas. El desarrollo de la empatía puede desempeñar una función inhibidora en las conductas violentas, ya que generalmente cuando alguien se pone en el lugar del otro es más difícil que llegue a causarle daño, no sólo por una cuestión social, sino también biológica: es menos probable que un cerebro más empático actúe de forma violenta, al menos de manera habitual.

Podría decirse entonces que poseemos una predisposición biológica para ser empáticos, violentos o ambas cosas, sin embargo el ambiente en el que vivimos modera su expresión. Una educación que fomente la empatía puede trazar un buen camino para reducir la violencia.

En países desarrollados como Dinamarca, en el norte de Europa, por ejemplo, que ocupa numerosos y altos rankings en indicadores de diversa índole, entre ellos, ser uno de los países más felices del mundo, obtiene también el primer lugar en cuanto a la calidad de la educación.

En Dinamarca el modelo educacional enfatiza el aprendizaje y la formación de los niños, por encima de los resultados en pruebas académicas, eliminando de esta forma, la competitividad extrema entre compañeros de clase, por ejemplo. Se le da entonces mayor importancia a la formación como personas, pertenecientes a una sociedad, mediante clases especializadas y dirigidas a desarrollar habilidades relacionadas con la buena convivencia entre las personas. Niños y adolescentes entre los 6 y los 16 años de edad reciben clases de empatía, en las que durante 1 hora a la semana se les guía sobre la fortaleza de preocuparse por los otros.

Para entrar en detalle, la clase consiste en poner a los niños en situaciones simuladas en las que aprenden a desarrollar y a valorar la empatía entre compañeros. Por ejemplo, se les pide a los niños que hablen de problemas de la vida cotidiana, mientras el resto de compañeros se dedican a poner atención. Con la guía del docente, entre todos, se busca la manera de encontrar posibles soluciones a los diversos problemas, evaluando estrategias creativas y realistas para resolver situaciones de difícil manejo.

Lo más importante de la clase es que los niños se den cuenta que los problemas que puede presentar un compañero de forma particular, puede ser un problema general para todos y que probablemente se puede presentar en algún momento de la vida. Además, el respeto ante la vulnerabilidad del otro o ante la incapacidad de intentar resolver un problema difícil, disminuye el miedo por el posible juicio de los demás que puede sentir una persona cuando presenta un problema. El refuerzo del valor de la confianza entre todos, sin miedo a recibir burlas y comentarios negativos ayuda a las personas a ser más asertivas, es decir, a expresar con mayor facilidad lo que piensa, siente y/o desea, sin la mirada crítica del prójimo, sino desde el apoyo incondicional.




Desafortunadamente en la cultura en la que vivimos, no prestamos el tiempo necesario ni le damos la importancia que se merece a la habilidad de convivir de forma pacífica con los demás. Las matemáticas y las letras son importantes para el desarrollo intelectual de las personas, pero el saber compartir con los demás, poder sentir y sobretodo comprender el dolor del otro, es una habilidad que fortalece el pensamiento, el raciocinio, la emocionalidad, los valores morales y espirituales (independiente de cualquier religión), y el alma. El poder servir a los demás desde nuestras propias habilidades y teniendo en cuenta nuestras limitaciones, resulta muy satisfactorio para el intelecto.

Boris Cyrulnik es un reconocido psiquiatra, neurólogo, profesor de la Universidad de Toulon (Francia) y autor de diversos libros, considerados un referente internacional del concepto de resiliencia (que es la capacidad del ser humano de reponerse ante el dolor). Cyrulnik sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y el nazismo con 6 años de edad, cuando perdió a gran parte de su familia en Auschwitz. A pesar de vivir experiencias traumáticas, el profesor Cyrulnik es un ejemplo de superación y ha dedicado gran parte de su vida a estudiar los mecanismos del ser humano para combatir el sufrimiento. Ha sido colaborador de la Asociación para el Estudio Sistémico de la Familia y otros Sistemas Humanos (AESFASHU), y por todas las razones anteriores, acaba de recibir el encargo del gobierno francés para fomentar la empatía desde las guarderías. El neuropsiquiatra refiere que “la clave para crear sociedades altruistas, empáticas y resilientes es la “segurización”, es decir, la creación de un entorno seguro y afectuoso para el niño, tanto en su hogar como en la escuela, desde los primeros años de vida”. Para ello propone ralentizar los ritmos de vida y enseñar a los niños a confiar en sí mismos y en los demás.

El neuropsiquiatra insiste en que la empatía es entonces esa capacidad de descentralizarse uno mismo para representar el mundo de otro. Los niños privados de afecto y los niños aislados sensorialmente, si no tienen a nadie, no pueden aprender empatía. No hay altruismo porque no hay empatía debido a la carencia afectiva precoz. El maltrato infantil por ejemplo, afecta de forma considerable al desarrollo de la cooperación, la empatía, el altruismo y la conducta prosocial.

Si se crea un entorno seguro para el niño, una vez se sienta seguro, aprenderá a descubrir al otro. Así desarrollamos la empatía y aprendemos el placer de descubrir el mundo de los demás, otras religiones, otras culturas, y ver que son interesantes.

Se ha investigado también que cuando un niño toca un instrumento estimula el lóbulo temporal izquierdo del cerebro, que a su misma vez es es el que trabaja el lenguaje. Los niños que tocan un instrumento hablan mejor y hablan antes que aquellos que no tocan ningún instrumento musical. Se ha constatado además que los niños que hacen música socializan con más facilidad porque se sienten confiados con los demás. Se sienten familiarizados con los demás, hablan con más facilidad, aprenden rituales de interacción, por eso socializan más fácilmente, les gusta la escuela y tienen un buen rendimiento escolar, a través de la música y también el deporte. Al hacer deporte, estimulamos el cerebro y éste funciona mejor. El dibujo, el teatro y el cine son también excelentes para desarrollar la empatía. La apreciación de las obras de arte, muy pronto, desde la guardería y la lectura de cuentos, por ejempo, enseñan a los niños a expresarse y los invita a convertirse en “pequeños filósofos” a través de la reflexión de una moraleja de una fábula. El arte entonces, introducido muy pronto en el colegio, así como la música, el deporte, el dibujo, el cine, el teatro deben formar parte de la condición educativa ya que desarrollan la empatía y permiten aprender a convivir mejor.

Si en el colegio de tu hij@ no cuentan con este tipo de actividades extracurriculares, comienza a pensar en buscarlas fuera de la institución educativa (a través de una academia especializada, de las cajas de compensación, la alcaldía, acciones comunales del barrio, etc.). Así de fácil, podemos comenzar a ayudar a crear una sociedad más empática y preocupada por un mundo mejor.

 

Referencias

Cyrulnik, B. (2019). Cómo enseñar empatía a los niños. El País. Recuperado el 26 de Noviembre de 2019. Disponible en https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/el-altruismo-nos-ayuda-a-luchar-contra-el-dolor-boris-cyrulnik/

Moya, L. (2011). La violencia: la otra cara de la empatía. Mente y Cerebro, 47: 14 – 21.

Rodríguez, L. (25 de Septiembre de 2019). Los niños daneses reciben clases de empatía. Sumar o leer es tan importante como valorar a los demás. Upsocl. Recuperado el 26 de Noviembre de 2019. Disponible en http://www.upsocl.com/cultura-y-entretencion/los-ninos-daneses-reciben-clases-de-empatia-sumar-o-leer-es-tan-importante-como-valorar-a-los-demas/

 

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