En artículos anteriores hemos hablado de la ansiedad como una de las emociones básicas que nos caracterizan como seres humanos, incluso como seres vivos, y que suele presentarse cuando percibimos que nuestra vida se encuentra amenazada. Sin embargo a pesar de que sea una emoción innata y un mecanismo de defensa para nuestra supervivencia es innegable que no es agradable de sentir, genera malestar, y cuando se perpetúa en el tiempo incluso puede enfermarnos emocionalmente y físicamente.
La ansiedad no sólo se manifiesta psicológicamente, sino que acarrea determinados síntomas fisiológicos que generalmente describimos como presión en el pecho, “nudo en la garganta”, taquicardia, hiperventilación, sudoración, temblor, hormigueo en el cuerpo, sobretodo en extremadidades, mareo, problemas estomacales, tensión muscular y temblores. Todo esto ocurre porque nuestro cuerpo es muy inteligente y el cerebro al percibir que existe un posible agente externo amenazante, prepara el cuerpo para una posible huída. Pensemos en la típica imagen de la naturaleza del cervatillo acechado por el león. El cervatillo se da cuenta de esta situación y su sistema nervioso lo alerta y lo prepara físicamente para intentar escapar. Pensemos también en cuando tenemos una infección; nuestro organismo percibe que hay un peligro y nos alerta con fiebre que “algo anda mal” para que vayamos al médico o tomemos las medidas necesarias. Todos estos síntomas o avisos son entonces medidas de supervivencia.
El problema se presenta cuando estos síntomas se perciben como exacerbados, afectan nuestras diferentes áreas que nos conforman como personas o no existe un estímulo estresante claro que desate dichos síntomas.
Los ataques de pánico son precisamente un tipo de ansiedad patológica que se caracterizan por episodios críticos de angustia de intensidad extrema, aparecen abruptamente y aparentemente sin motivo claro, alcanzando su máxima intensidad en un plazo de hasta 10 minutos, la persona siente síntomas tanto físicos como emocionales bastante intensos, sobretodo de tipo cardiorespiratorio y por lo tanto percibe que se puede dejar de respirar o que su corazón puede dejar de funcionar y por lo tanto que morirá inmediatamente. Se pueden presentar también cambios en la temperatura corporal, sensación de irrealidad y de no ser ellas mismas. Las personas que han experimentado ataques de pánico han manifestado también que sienten la sensación de perder el control no solo de su cuerpo sino de su mente.
La ansiedad se exacerba también porque las personas que padecen los síntomas se encuentran expectantes ante el siguiente ataque, por lo tanto experimentan lo que podríamos llamar una “ansiedad sobre la ansiedad”, lo que puede ser percibido como una exacerbación de los síntomas, y que en salud mental llamamos ansiedad anticipatoria. La persona se siente entonces en una ansiedad constante porque no sólo experimenta ansiedad durante los ataques sino antes de ellos. Por esta razón su vida se afecta significativamente porque la ansiedad es entonces constante y la calidad de vida por lo tanto se ve muy afectada.
Las personas en un principio suelen asistir a los centros de salud porque piensan que su integridad física se encuentra en riesgo; muchas veces se hacen examenes médicos para descartar cualquier patología orgánica, incluso algunos son medicados. La gente alrededor no entiende porqué le suceden estos ataques y utilizan frases como “tienes que calmarte”, “de qué te preocupas si no está ocurriendo nada”, “tienes que ser fuerte para vencer el miedo”, lo que hace que la persona sienta aún más ansiedad por que se siente frustrado y desesperanzado. Incluso las personas alrededor de quienes padecen ataques de pánico, desde familiares hasta personal de salud, muchas veces suelen verlos como simuladores.
El tratamiento más adecuado para manejar los ataques de pánico es a través de psicofármacos combinado con psicoterapia, con el fin de en un principio, erradicar los síntomas iniciales que son de carácter fisiológico, para posteriormente aprender a manejar las ideas anticipatorias catastróficas y las conductas de evitación.
El objetivo principal no es erradicar la ansiedad; recordemos que la ansiedad es natural en todos los seres vivos; el objetivo principal es aprender a aceptarla y manejarla.
Generalmente lo que intenta hacer la persona es intentar controlar las propias funciones orgánicas y finalmente acaba por alterarlas aún más: por ejemplo, si comenzamos a escuchar nuestro propio latido cardíaco con miedo de que se altere, la “profecía” se autorrealiza puntualmente, y el ritmo cardíaco se altera efectivamente. En otros casos, se intenta controlar el propio miedo a la aparición de síntomas, alimentándolo más, hasta llegar a provocar el auténtico “miedo al miedo”. A lo anterior podemos sumar los refuerzos de protección de los familiares que intentan ayudar o hacen sentir a la persona como incapaz. Resulta paradójico pero lo peor que se puede hacer es entonces intentar controlar el miedo; recordemos que los síntomas de ansiedad son reacciones naturales del cuerpo. El objetivo principal será entonces desactivar el círculo vicioso de observación e intento de control de las propias reacciones internas orgánicas y cognitivas (de pensamientos y emociones).
Lo ideal es que la persona aprenda entonces a ver las situaciones de pánico de manera diferente y a través de la terapia psicológica como tal, se enseñarán varios modos de reducir la ansiedad, por ejemplo haciendo ejercicios de respiración y de relajación inicialmente y posteriormente acudiendo a técnicas que brindan un nuevo enfoque a la atención. Posterior a esto generalmente dentro y fuera de la terapia se expone a la persona a situaciones que pueden desencadenar la ansiedad en ella, hasta que llegan a hacerse insensibles a ésta.
Al menos un 1.6 % de la población padece trastornos de pánico y es más común en las mujeres que en los hombres. Puede presentarse a cualquier edad, en los niños o en los ancianos, pero casi siempre comienza en los adultos jóvenes. No todos los que sufren ataques de pánico terminan teniendo trastornos de pánico; por ejemplo, muchas personas sufren un ataque y nunca vuelven a tener otro. Sin embargo, para quienes padecen de trastornos de pánico es importante obtener tratamiento adecuado. Un trastorno así, si no se atiende, puede resultar en invalidez.
Se han hecho estudios que demuestran que un tratamiento adecuado, el uso de medicamentos o posiblemente una combinación de ambos, ayuda entre un 70 – 90 % de las personas con trastornos de pánico. Se puede apreciar una significante mejoría entre 6 a 8 semanas después de iniciarse el tratamiento.
Si crees que tú o alguien cercano a ti sufre de ataques de pánico, no dudes en consultar con nuestros especialistas.
Referencias
Clínica de la ansiedad (s.f.). Crisis de ansiedad, de pánico o de angustia: una presentación del problema. Recuperado el 09 de Diciembre de 2019. Disponible en https://clinicadeansiedad.com/problemas/crisis-de-panico-y-agorafobia/crisis-de-ansiedad-de-panico-o-de-angustia-una-presentacion-del-problema/
Cloger, S. (1995). La angustia de pánico y su tratamiento. Ars Medica. Revista de Ciencias Médicas, 24: 125 – 129.
Nardone, G. (2002). Miedo, pánico, fobias. La terapia breve. Herder: Barcelona.
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