En la etapa de la vejez se evidencian una serie de cambios físicos, cognitivos y emocionales, como en toda transición del ciclo normal de la vida y muchas veces este cambio se iguala injustamente al de degeneración desde un punto de vista peyorativo.
El envejecimiento activo describe el envejecimiento como un proceso adaptativo de dichos cambios encaminado a un reconocimiento de los derechos humanos de la persona y del respeto de sus principios individuales y sociales. De esta forma, este concepto ha intentado romper en las últimas décadas con el estereotipo del envejecimiento patológico asociado a la discapacidad, e incluso a la enfermedad.
Según la OMS, uno de los pilares en los que se basa el envejecimiento activo es la seguridad y la autonomía de la persona mayor desde un punto de vista físico, emocional, financiero, social, entre otros.
De esta forma el sentido de control y la autoeficacia son considerados determinantes personales del envejecimiento óptimo, ya que apelan a emociones positivas que conllevan a una percepción de autorregulación emocional y de satisfacción con la vida. Así mismo, el componente social (actividad, interacción, participación, integración, implicación), es un elemento fundamental de cara al envejecimiento activo relacionándolo con un óptimo funcionamiento cognitivo y emocional del adulto mayor. Existe una fuerte evidencia empírica que sostiene el gran peso que presentan las redes sociales en la reducción del riesgo de desarrollo de enfermedad física y mental, incluso de mortalidad.
Así, lo recomendable es reducir factores de riesgo y potenciar factores protectores que promuevan la salud física (aspectos nutricionales, estilos de vida saludables, correcta adherencia al tratamiento, realización de actividad física), el buen funcionamiento cognitivo (nuevos aprendizajes, ejercicios cognitivos), y unas correctas estrategias cognitivas de afrontamiento (evitación de aislamiento, promoción de la autoeficacia y autocontrol). De la misma forma, al empoderar a las personas mayores en la toma de decisiones, su funcionamiento psicosocial y participación se ven favorecidos, combatiendo de esta forma los estereotipos autoimpuestos e impuestos por la sociedad. Según lo planteado por la hipótesis de contacto, los jóvenes, igualmente, al estar en constante comunicación y relación con las personas mayores, podrán apreciar mediante la interacción y la convivencia que la edad no es un impedimento para ser funcionales y que las personas mayores cuentan con muchas capacidades y experiencia de vida; esto les permitirá tener una visión diferente y más positiva respecto a esta etapa del desarrollo humano. Es así que se promueve una conducta prosocial, de participación e implicación dentro de la sociedad.
La dependencia se percibe entonces como el factor de riesgo principal ante la percepción de libertad y autonomía que el adulto mayor puede tener de sí mismo. El hecho de que las personas mayores se sientan parte de un programa de apoyo social, entonces es un factor protector y amortiguador de la dependencia, fomentando en sí mismo la participación social y de esta forma, el empoderamiento al realizar actividades de carácter social, por ejemplo.
La perspectiva intergeneracional se ha venido trabajando en distintos escenarios, tal es el caso de las residencias intergeneracionales en Holanda, donde jóvenes voluntarios reciben estadía y alimentación en la institución, al mismo tiempo que realizan labores de acompañamiento y apoyo a las personas mayores, interactúan con ellos, comparten actividades juntos, dialogan e intercambian experiencias de vida. Es así como muchos jóvenes refieren que estas experiencias les han permitido modificar la percepción general que se tiene respecto a que las personas mayores son de trato difícil y muy dependientes.
Así mismo en proyectos como “Adopta un Abuelo” y “Grandes Vecinos” en España, se evidencia cómo de forma innovadora es posible tejer redes sociales y posicionar a las personas mayores en diversas labores. Este tipo de iniciativas favorecen la reciprocidad de las relaciones y el clima de ayuda mutua, a través de personas que quieren compartir parte de su tiempo combatiendo la soledad de las personas mayores. De esta forma se tejen historias de afecto, comprensión y aprendizaje de la vida tanto para mayores como para voluntarios.
En Latinoamérica y en Colombia este tipo de proyectos aún no se han puesto en marcha, ya que en países en vía de desarrollo se pretende suplir primero carencias de tipo más que todo económico y por lo tanto de vivienda y alimento, sin embargo puede considerarse como una meta a alcanzar a mediano-largo plazo con el fin de promover la creación de redes psicosociales para el intercambio del diálogo intergeneracional desde perspectivas de envejecimiento activo y prácticas de visibilización y empoderamiento mediante las que se contribuya a revitalizar la enriquecedora labor de los adultos mayores como proveedores de conocimientos, cuidados y capital humano.
Se ha comprobado que por medio de estas iniciativas los índices de ansiedad y depresión de los mayores disminuyen, mejora su autoestima y se muestran más participativos y felices. Además se demuestra el beneficio mutuo de la iniciativa ya que el compromiso, es la base para que este tipo de proyectos funcione.
Mejorar la calidad de vida de la persona mayor debe ser un objetivo social a alcanzar, sumando vida a los años y no años a la vida.
Referencias
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Moral Jiménez, M. de la V. (2017). Programas intergeneracionales y participación social: la integración de los adultos mayores españoles y latinoamericanos en la comunidad. Universitas Psychologica, 16 (1): 1-19.
Pérez Cano, V., Rubio Herrera, R. y Padilla Góngora, D. (s.f.). Vive participando. Envejecimiento activo y participación social. Madrid: Dykinson.
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