La mayoría de los psicólogos al comenzar este camino de prevención en salud mental a través de la terapia nos aquejan ciertas dudas como ¿qué características mías debo fortalecer para ser un buen terapeuta? ¿cómo establecer una buena relación con mi consultante? ¿cómo ser claro durante la evaluación y la intervención? ¿cómo motivarlo durante cada sesión para que no abandone el proceso? entre otras, y dejamos de lado la segunda parte de la ecuación que es el consultante.

Lo más relevante en el proceso no son las partes aisladas, sino el conjunto de los dos elementos, Goldstein y Myers (1986) definen la relación terapéutica como sentimientos de agrados, respeto y confianza por parte del consultante hacia el terapeuta y viceversa. Estos autores mencionan que cuánto mejor sea la relación entre estas partes mayor disposición y apertura habrá por parte del consultante para explorar sus dificultades emocionales y su colaboración y participación serán activos durante el proceso de intervención, por ende, hay una mayor probabilidad que este proceso sea exitoso (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000).

Estas partes serán un nosotros, y harán un equipo que irá siempre tras el objetivo planteado desde el inicio, la alianza se creará con base en tres aspectos fundamentales: a) un vínculo emocional positivo entre consultante y terapeuta, b) los objetivos terapéuticos deberán acordarse en consenso y c) las tareas harán parte fundamental del proceso.

Cabe aclarar que esta relación no es bidireccional, sino unidireccional ya que, a diferencia de una amistad, aquí solo nos interesan las necesidades del consultante, en él se focalizan los esfuerzos, el tiempo y la atención, esta relación es de tipo no altruista ya que el profesional cobra por su trabajo y esto implica que el consultante deje de lado sentimientos y pensamientos de “sentirse en deuda” con el terapeuta, y para finalizar este tipo de relación se construye a partir de reglas iniciales, en estas se deja claro la frecuencia de las sesiones y la duración de las mismas, lugar de encuentro, honorarios, puntualidad y compromiso de las dos partes implicadas.

El terapeuta actuará como director técnico e intuirá, gracias a sus conocimientos y experiencia, lo que su equipo necesita, y qué herramientas proporcionar para que este funcione de forma adecuada y satisfactoria con base a la meta inicial. Su función implica acompañar, sugerir, apoyar y confrontar cuando el equipo no esté actuando con base a lo que realmente desea, sin embargo, necesita que la otra parte responda y se comprometa de inicio a fin ya que esto facilitará que la relación se movilice y transite de forma exitosa hacia esos objetivos iniciales (Fernández, 2020).

Por otro lado, es importante que el consultante se sienta comprendido y parte de esa ecuación, que sea honesto y sincero dentro de las sesiones para que el profesional encuentre el tratamiento más adecuado y efectivo según la dificultad que manifieste el consultante durante el proceso. En este proceso se deberá ver al terapeuta como un profesional y no como un amigo, él no es mi salvador, sino alguien que contribuirá a mi salud mental a través de la humildad, el interés genuino por los seres humanos, el psicólogo siempre estará al servicio del otro pero es importante que los roles de cada parte estén claros desde el inicio.

 

Referencias

Fernández, M. (2020). La importancia de la relación terapéutica. Recuperado de: https://orientacioipsicoterapia.com/la-importancia-de-la-relacion-terapeutica/

Goldstein, A.P. y Myers, C.R. (1986). Relationship-enhancement methods. En F.H. Kanfer y A.P. Goldstein (Eds.), Helping people change: A textbook of methods (3a ed., pp. 19-65). Elmsford, NY: Pergamon

Keijsers, G.P.J., Schaap, C.P.D.R. y Hoogduin, C.A.L. (2000). The impact of interpersonal patient and therapist behavior on outcome in cognitive-behavior therapy. Behavior Modification, 24, 264-297

 

 

Silvia García Anaya  – Psicologa.co – Especialistas en Salud Mental

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