La principal razón, independientemente del motivo de consulta de cualquier paciente, que hace que se comience a llevar a cabo un proceso psicológico es querer cambiar una circunstancia, incluso querer cambiar la misma persona, debido al malestar que le genera lo que está ocurriendo alrededor de esa “situación negativa”.
Para lograr un cambio en nuestras vidas es necesario dejar de llevar a cabo las mismas conductas que nos condujeron a tener una problemática específica o a experimentar malestar emocional. Es necesario entonces aprender nuevas estrategias de afrontamiento a los problemas y de solución de conflictos.
El principal motor para poder cambiar es que definitivamente lo que está pasando o lo que estás sintiendo te produce un malestar intenso y ha afectado diversas esferas de tu vida de forma significativa. La voluntad, además, es el ingrediente principal para lograr estos cambios. Si alguien es presionado a cambiar no se obtendrán resultados positivos, y es incluso probable que la conducta se exacerbe.
Los rasgos de personalidad son como la huella digital, no se cambian, sin embargo sí es posible cambiar nuestra actitud ante los problemas. La personalidad podría definirse de forma muy sencilla, como la forma de ser en la que incluiríamos los sentimientos, los pensamientos y la conducta, que se mantiene más o menos estable en el tiempo y que llega a definir a una persona. Los rasgos de personalidad se van construyendo en la infancia y se desarrollan a lo largo del crecimiento y madurez de la persona y pueden estar permeados por estilos de crianza diferentes, tipos de educación y estilos de aprendizajes, el entorno en el cual crece la persona e historias significativas a lo largo de la vida de la persona. Existen diferentes tipos de personalidad para hacer frente a los acontecimientos del día a día y ninguno es mejor o peor que el otro. No tiene nada de malo ser tímido o ser extrovertido, por ejemplo, el problema viene cuando esas características dificultan el afrontar el día a día y comienzan a dejar secuelas.
Las personas no dejamos de crecer una vez alcanzamos la edad adulta. Las crisis vitales (como los fallecimientos de los seres queridos, problemas de salud propios o de las personas que nos rodean, rupturas amorosas, divorcios, crisis económicas, etc.), hacen que reestructuremos nuestro sistema de aprendizaje de repertorios de afrontamiento a los problemas, de resolución de conflictos, se generen cambios de perspectiva y de opinión, entre otros, y que por lo tanto entendamos que llegar a la madurez no es el fin del desarrollo psicológico. De esta forma, experimentamos cambios desde la concepción hasta el momento de nuestra muerte.
La gente no cambia su forma de afrontar las circunstancias si no tiene un razón poderosa para hacerlo. Si la persona se encuentra afectada, está motivada y tiene la convicción de querer cambiar, se puede conseguir. Con la guía adecuada y el esfuerzo continuado los avances se consiguen y se mantienen en el tiempo. Es importante tener en cuenta que determinadas experiencias intensas, que pueden ser consideradas como traumáticas pueden precipitar cambios en la estructura de la personalidad, pero en esta ocasión son no deseados y con efectos secundarios no siempre predecibles.
Los cambios implican sacrificio, dolor por salir de la zona de confort, incomodidad no sólo en la persona que los está experimentando sino también en las personas que la rodean y esfuerzo y perseverancia para que los resultados se mantengan en el tiempo. Es normal que sintamos miedo a afrontar el malestar, pero la valentía de hacerlo y de aprender a afrontar la vida de otro modo, transforma y evoluciona a las personas, de forma tal que no desean retroceder al estado anterior.
En una terapia psicológica lo que se hace, es poner en marcha (o al menos intentarlo), una serie de procesos de aprendizaje que darán lugar a la aparición de nuevas conductas, más adaptativas, menos problemáticas, en el paciente. La terapia psicológica es entonces, uno de los métodos a través de los cuales las personas son guiadas a obtener cambios en sus vidas y a aprender a mantenerlos en el tiempo, teniendo en cuenta un proceso de autoconocimiento previo (de las propias fortalezas y debilidades con las que cuenta la persona), el historial de aprendizajes de estrategias ante las crisis, la red de apoyo social con la que cuenta y el proyecto de vida que desea alcanzar.
La responsabilidad del cambio entonces es casi al 100% tuya, a partir del momento que decides hacer dicho cambio, y no meramente del profesional que te trata, ya que la motivación y el deseo real de transformación te implica en gran parte a ti, al deseo de evolución que tengas y a la manera en cómo decidas comenzar a relacionarte contigo mismo y con tu entorno.
Referencias
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Erickson, E. (2000). El ciclo vital completado. Paidós Ibérica: Barcelona.
Froján, M.X. (2012). ¿Por qué funcionan los tratamientos psicológicos? Clínica y Salud, 22 (3).
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